Jn 13,16-20: El que recibe a mi enviado me recibe a mí.
Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo:
- «Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: "El que compartía mi pan me ha traicionado." Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy.
Os lo aseguro: El que recibe a mi enviado me recibe a mí; e1 que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado.»
El que recibe a mi enviado me recibe a mí. Que bien, si soy enviado, soy embajador, representante del Señor. Esto me provoca una sensación de indignidad por un lado, y por otro, una responsabilidad.
Indignidad porque represento al Señor. Y no lo merezco. Ya lo decimos en la Eucaristía: no soy digno de que entres en mi casa. Podríamos decir todos los días: “Señor, yo no soy digno de representarte, pero, porque tú lo dices, lo haré.
También produce en mi una actitud de responsabilidad, porque no me represento a mi mismo, por tanto, no es mi mensaje, mis palabras, mis ideas, mis intuiciones, mis gustos, sino los del Señor. Tengo que estar continuamente preguntántote si las opciones, palabras, acciones que he hecho son concordes a mi representación tuya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario