miércoles, 17 de julio de 2013

HOMILÍA EN EL DÍA DEL CARMEN


Homilía en el día del Carmen

Isaías 9, 2-4. 6-7

Salmo (magníficat)

Rm 8, 28-30

Lc 2, 15b-19

Ayer, mientras comenzaba el festival de los mayores, me encerré en la sacristía para tener una oración con mi madre del Carmen. Oración que quiero compartir en esta tarde.

“Madre mía del Carmen, quiero dirigirte esta tarde mi oración.

Tú has estado conmigo siempre, y a ti acudo esta tarde. Tú has estado conmigo siempre, y a ti acudo esta tarde.

Desde pequeñito, en casa, fui descubriendo un amor a ti, a través de mi madre, especialmente en tu advocación del Carmen. Tú la sostuviste en su larga enfermedad y a mí me diste fortaleza y paz en el desenlace final, de manera que pude ser luz en mi familia.

Ahora, el Señor me envía a otra tierra, que aunque esté en mi isla, para mí todo es desconocido, y tú sabes de mis defectos y miedos….pero me da fortaleza y esperanza saber que cuento contigo, que allí te tienen devoción y amor también.

Pero quisiera dirigirme a ti por otro asunto que angustia mi corazón. Madre, mi misión pastoral, como responsable último de los actos religiosos, y en estos días de celebración de tu fiesta, sé que lo que más deseas es ver a tus hijos unidos.

Nosotros ahora caminamos en tinieblas y en ti queremos ver una luz. No quiero que exterioricemos la rabia e impotencia que tenemos con acciones que, lo único que harían, es desagradarte más aún. Te pido ayuda y consuelo, luz y sabiduría.

¿Qué debemos hacer?

Que las lecturas iluminen mi actuar.

En la 2ª lectura oímos: “sabemos que a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien”. O sea, que de esto podemos aprender. Queremos aprender de ti, Madre. Lo que tú harías.

El evangelio de hoy nos recuerda que tú todo lo meditabas en tu corazón. No sólo es un principio de sabiduría, como decía San Ignacio: “en la tormenta, no mude”. No sólo es reflexión, poner todo en su justo sitio y momento, sino equilibrar y serenar el espíritu. Pero también es ponerlo en las manos de Dios, antes de hacer nada. ¡Y mira que cambia la oración a las personas!. Madre, pongo en tu corazón a toda la gente, a los ofendidos y a los que ofenden. Si pongo en tus manos, tú eres capaz de sanar esta herida y darnos la paz. Como nos recuerda Isaías, para los que seguimos a Jesús “de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas; no alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”.

Cuando en la primera lectura Isaías, se alegraba por “lo grande y porque acreciste la alegría, el gozo”…era… “porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”.

Tengamos alegría y paz “porque el Poderoso ha hecho obras grandes” en María. Porque el Señor ha mirado su humillación y por eso la felicitamos. Pero también por el Señor y NO nosotros “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. Y María es de los humildes, de los pobres de Yahvéh.

Me acuerdo de las palabras del Papa Francisco, que siendo sencillas, conectan con el centro del evangelio: “No tengamos miedo a la bondad y a la ternura”.

A mí también me han criticado como a todos. Y siempre me he preguntado, ¿qué debo hacer? ¿Qué es lo que haría Jesús?. Me duele y me pone triste, pero me ha servido…para descubrir que nuestras vidas están en manos de Dios. Muchas veces, el enemigo las zarandea con mentiras, buscando la división, pero si me uno a Él, no podrá conmigo/nosotros.

Dejemos a Dios ser Dios y que esto nos sirva (a los que amamos a Dios, todo les sirve para el bien)

·                    Para acercarnos y unirnos más a Él. Confiar sólo en Él.

·                    Para unirnos entre nosotros.

·                    Para pedir por los otros.

·                    Para no permitir en mi corazón sentimientos negativos, sino sólo de bondad y ternura hacia los otros.

·                    Para moderar mi lengua y no participar de la espiral de críticas hacia los otros.

En este momento me siento pobre y desnudo como los pastores y quiero acudir a contemplar al niño recién nacido. Tan chiquito (recién nacido), o un poco más grande como el que nos muestra nuestra imagen del Carmen.

Me recuerda la ternura y la bondad de los niños. Uno está triste y un beso de un niño le desarma. En un niño no hay doblez, sólo hay ternura y bondad.

Me conformo en esta tarde, en que todos le demos un abrazo y un beso (de manera figurada) al niño Jesús.

Convertirá nuestros sentimientos malos en amor y ternura. Y así podemos ser imagen tuya, Madre. (Tu nombre del Carmen que significa “jardín de Dios”). Seremos el jardín de Dios, no por esta exuberante naturaleza que nos rodea, sino por el amor y la comunión entre todos nosotros.

Gracias, Madre, porque esta oración me ha cambiado. Te quiero Madre. Amén.

viernes, 5 de julio de 2013

Comentario al evangelio del 5 de Julio

Mt 9,9-13: No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificios.
 
En aquel tiempo, vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:

-Sígueme.

El se levantó y lo siguió.

Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.

Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:

-¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?

Jesús lo oyó y dijo:

-No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
 
Reflexión
 
Parece de sentido común esta afirmación del Señor...pero tiene mucha miga. Quizá no hayamos caído en la cuenta...
¿Nos consideramos los "sanos", o los "enfermos"?
Ahí está la clave.
Si nos consideramos los sanos, tendríamos "derecho" a la salvación. Dios nos debería un favor. Hablaríamos de "méritos", de puntos acumulados por todas las acciones que hemos realizado: tantas misas, tantos rosarios, tantas limosnas...Y esta actitud es la que tenemos muchas veces cuando nos acercamos a Él cuando tenemos una promesa.
Sin embargo, si nos consideramos los enfermos, la salvación es un "regalo gratuito" fruto exclusivamente de la misericordia de Dios, y no de nuestros méritos.
¿En qué lado nos situamos?

miércoles, 3 de julio de 2013

Comentario al evangelio del 3 de Julio

Jn 20,24-29: Señor mío y Dios mío.
 
 
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

-«Hemos visto al Señor.»

Pero él les contestó:

-«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

-«Paz a vosotros.»

Luego dijo a Tomás:

-«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»

Contestó Tomás:

-«¡Señor mío y Dios mío!»

Jesús le dijo:

-«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
 
 
Reflexión
 
 
Ayer escuchábamos la reprimenda de Jesús a los discípulos por no tener fe.
Hoy podemos sentir que los hechos acaecidos en aquel domingo, también nos interpelan.
Igual que Tomás, queremos signos sensibles de la presencia de Dios. Queremos que Dios actúe según nuestros criterios.
Sin embargo, la fe deslumbra precisamente porque es "confiar". Y la confianza es mayor en aquel que cree sin haber visto.
En este mundo tan cientifista y materialista, podemos caer nosotros en la tentación de querer tener pruebas de todo.
¿No te parece poco existir? ¿Te parece un juego de electrones y átomos el milagro de la vida?
¿No te parece poco este universo?
Simplemente, confía.
 
 

martes, 2 de julio de 2013

Comentario al evangelio del 2 de Julio

Mt 8,23-27: Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
 
 
En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.

De pronto se levantó un temporal tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.

Se acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole:

-¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!

El les dijo:

-¡Cobardes! ¡Qué poca fe!

Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.

Ellos se preguntaban admirados:

-¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!
 
 
Reflexión
 
¡Qué poca fe!. Me siento interpelado ante este reproche de Jesús.
Y es verdad que tengo poca fe. Que ante veinte mil circunstancias, pierdo la confianza en el Señor.
Circunstancias personales, circunstancias en la Iglesia, en la pastoral...
Me olvido que la barca la lleva Él y no yo.
Me impresiona la autoridad y la confianza de Jesús.
Mi confianza es quebradiza e inestable, sin embargo, si la asiento en Él.
Si le miro a Él, encontraré la paz en la vida...
Si contemplo su mirada, me llenaré de fortaleza...