En este año de la
misericordia, y en este día de las Nieves y ante el triste acontecimiento del
fuego que asola nuestra isla, nuestra mirada se fija de una manera más intensa
a nuestra Madre María, Madre de la Misericordia.
Éste ha sido un título,
no nuevo, que se le puede aplicar a nuestra Madre.
Por varias razones:
1) La misericordia es una
cualidad más femenina, que hace referencia a “entrañas” y “ternura”.
2) Es la Madre de
Jesús, el rostro de la Misericordia. Porque a través de ella, ha llegado,
ha acampado, se ha acercado la Misericordia. A través de ella, ésta
Misericordia ha empezado a actuar. “Ninguno como María ha
conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue
plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del
Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque
participó íntimamente en el misterio de su amor.”. (MV 24). No es por tanto, unas palabras bonitas, sino una
realidad palpable.
3) Es objeto
preferencial de la Misericordia de Dios. Por ello, María fue elegida entre
todas las mujeres para ser la Madre del Salvador. Una mujer sencilla, humilde y
pobre. Al ser elegida, es concebida sin pecado original. Es la Misericordia de
Dios, que actúa levantándola de su condición para ser digna Madre del Salvador.
María se extraña de la visita del ángel. Se sorprende, no lo merece, es la
esclava del Señor. Y el Espíritu Santo
la cubre con su sombra. Sin embargo, María se abre a la acción de Dios. En
Palabras del Papa “Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde
siempre por el amor del Padre para ser Arca de la Alianza entre Dios y los
hombres. Custodió en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con
su Hijo Jesús” (MV 24).
4) Es Madre
misericordiosa. En el Evangelio contemplamos episodios llenos de auténtica
misericordia protagonizados por María:
Visita a su prima Isabel: Solemos decir que María fue a visitar a su
prima, aunque en verdad, María se puso en camino a estar al servicio de su
prima Isabel, a ayudarla en los delicados momentos del embarazo y parto de una
mujer anciana. María se compadeció de su prima. Entendió al instante la llamada
del Señor a la misericordia. “Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo dedicado a
la misericordia que se extiende « de generación en generación » (Lc 1,50).
También nosotros estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la
Virgen María. Esto nos servirá de consolación y de apoyo mientras atravesaremos
la Puerta Santa para experimentar los frutos de la misericordia divina” (MV
24).
Bodas de Caná: No sabemos que
parentesco tenía María con los contrayentes de esta boda, el caso es que
presentaba un gran contratiempo, y aquí María, incluso mueve a su Hijo a la
Misericordia. María, es la Madre de la Misericordia.
Acompañando a Jesús en
todos sus días, especialmente hasta la Cruz. En varias perícopas sale
María acompañando a su Hijo, incluso alguna vez en la que le dicen a Jesús que
está su madre y hermanos y Jesús se dirige a todos, y aparentemente la deja mal,
aunque en verdad, no viene sino a recalcar que la Madre sigue al hijo, pero “en
segundo plano”, ha desaparecido de la escena, dejando el protagonismo a su
Hijo. “Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo
de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo
ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la
misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no
conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno.” (MV 24)
Acompañando a la Iglesia
naciente y acogiendo a los discípulos. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles,
vemos a María reuniendo a los discípulos. Tiene misericordia de ellos, que
estaban “con las puertas cerradas por miedo a los judíos”, y los reúne y
convoca en espera del Espíritu Santo. Y allí es testigo, como cuando empujó a
su Hijo a actuar en las bodas de Caná, también al comienzo de la misión de la
Iglesia.
Esa es la misión de
María: acogernos, levantarnos, animarnos, reunirnos, empujarnos a actuar.
Muchos momentos que no
salen en el Evangelio, y que conociendo a María, allí estaría pendiente de todo
y sobre todo, de cómo poder amar y servir.
Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para
que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga
dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús. Que la dulzura de su mirada nos acompañe todos los días de nuestra vida,
para que podamos redescubrir la alegría de
la ternura de Dios” (MV 24).
“No tengas miedo de nada, permanece fiel hasta el fin, yo te acompaño con
mis sentimientos”. (Diario de Sta Faustina, 635)