martes, 2 de noviembre de 2021

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL 3 DE NOVIEMBRE DE 2021

 Lc 14,25-33: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.



En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:

-Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?

No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:

«Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.»

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?

Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.


La prioridad máxima es el Reino de Dios y su justicia. Ni mi vida es prioridad, ni mi gente...

En palabras de Pedro Casaldáliga: es fácil llevar a Jesús en el pecho, lo difícil es tener pecho, coraje para seguir a Jesús.


De Tomas Merton


 Vivir en sencilla austeridad, evitando toda forma de lujo o de simple confort en todo: en la casa, en el modo de vestir, en los medios de transporte y también en los posibles instrumentos de apostolado.

· Procurar la sobriedad y la templanza en las comidas, pero sin caer en la mezquindad o tacañería.

· Mantener una abierta disponibilidad, para los demás, de todo lo que somos y tenemos, comenzando por lo más valioso, y llegando incluso a las cosas materiales, sin reservarnos nada exclusivamente para nosotros mismos: nuestra experiencia de Dios, nuestras ideas y vivencias, nuestro tiempo, nuestros instrumentos de trabajo, etc. Ser todo para todos, aunque a veces puedan abusar un poco de esta abierta disponibilidad.

· Subordinar los valores económicos a los valores espirituales, humanos, pedagógicos, formativos, comunitarios, apostólicos, etc., es verdadera pobreza. En cambio, subordinar cualquiera de estos valores a la economía, es una falta de pobreza, porque es una forma de 'materialismo'.

· No crearnos necesidades innecesarias. Más aún, ir reduciendo al mínimo, aunque sin angustia y sin tensión de espíritu, las cosas que juzgamos necesarias para nuestra vida y para el ejercicio de nuestro apostolado, hasta 'necesitar' cada día menos cosas para vivir, y aun ésas necesitarlas poco.

· Reconocer y aceptar, sin complejos, las propias limitaciones. Aceptarnos a nosotros mismos y aceptar a los demás con los propios límites y con los valores correspondientes, sin 'mitificar' a nadie.

· Cultivar la sencillez en todo, como un verdadero estilo de vida: evitando todo alarde y toda ostentación.

· Vivir en paz la propia soledad, sin buscar 'llenarla' con cosas, con una exagerada actividad, o simplemente con 'ruido', aunque ese 'ruido' se llame 'música'.

· Alegrarnos de sentir necesidad de Dios y de no podernos salvar por nosotros mismos, para ofrecer a Jesús la oportunidad de que nos salve, siendo él, personalmente, nuestro Salvador y nuestra Salvación.

· No pretender, de ninguna manera, 'abarcar' a Dios con nuestras reflexiones, comprendiéndole y comprendiendo sus planes sobre nosotros. Por el contrario, reconocerle como absolutamente 'incomprehensible', 'siempre mayor', del todo inalcanzable por nuestra razón, ya que nos desborda infinitamente. Y, en consecuencia, creer en su amor, amarle y adorarle, sin querer ni poder salir ya de nuestro asombro.

· Procurar aceptar y vivir las posibles enfermedades como verdaderas experiencias de pobreza integral, que afecta a la persona entera. Y saber convertir también los pequeños o grandes fracasos en escuela de autoformación humana y cristiana.

· Ser capaces de recibir y de dejarnos ayudar por los demás, adelantándonos, de vez en cuando, incluso a pedir ayuda.

· Aceptar gozosamente y sin melancolía la prosa y la monotonía de una vida sin especial relieve, sin ceder nunca a la simple costumbre o a la rutina, y sin perderse en sueños, ni esperar 'grandes acontecimientos'. No buscar lo novedoso o lo llamativo. Descubrir el valor de los deberes cotidianos y vivir con elegancia las cosas triviales que forman la trama de la existencia humana. Vivir primorosamente lo vulgar y poéticamente la prosa de la vida.

· Vivir el momento presente, como expresión humilde y concreta de la voluntad de Dios -vivir presentes en el presente-, sin ceder a la nostalgia del pasado ni a los juegos de la imaginación para el futuro.

· Cultivar con esmero el sentido de la gracia y de la gratuidad, que se traduce en el sentido de la gratitud. ¡Si 'todo es gracia', deberíamos reconocerlo y dar gracias por todo!

· Mantener una actitud viva de humildad y mansedumbre, de serena alegría y de paciencia activa, 'sabiendo esperar' sin desaliento y sin demasiadas prisas, con paz y sin inquietudes turbadoras, respetando el ritmo de las personas y de las cosas, y sin buscar resultados inmediatos.

· Saber recibir una merecida alabanza sin engreimiento y con naturalidad, y también saber aceptar un reproche o una crítica sin irritación y sin sentirse humillado.

· Alegrarse del bien de los demás, reconocer y elogiar sus cualidades y sus virtudes y celebrar sus éxitos.

· Tener un sincero deseo de aprender y, en consecuencia, dejarse enseñar por los demás, siendo muy conscientes de que no se sabe todo y de que incluso se ignoran muchas cosas.

· Ser de verdad libres frente a todos y frente a todo -usos, costumbres, modas, tradiciones, etc.-, amando todas las realidades creadas, sin despreciar nada, pero sin dejarnos dominar o subyugar por nada ni por nadie.

· Adoptar una actitud vital, cada día más sincera y comprometida, de servicio desinteresado a los otros, sobre todo, a los más necesitados de la sociedad.

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