Mt 5,13-18: Vosotros sois la luz del mundo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
-Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
Reflexión
Este evangelio, tantas veces escuchado y meditado, sigue siendo para mí un llamamiento fuerte a una coherencia mayor de vida cristiana.
Nos llama a ser auténticamente cristianos, cristianos de tiempo completo y a pecho descubierto. Cristianos de corazón.
Somos sal y somos luz. Llevamos en nosotros el germen de la vida nueva, Jesús recibido en los sacramentos.
Por eso, somos sal y luz, no por nuestros méritos, sino por Él.
Ahora bien, si la sal no da sabor y la luz no ilumina, normalmente la tiramos y la cambiamos.
No hay nada más bochornoso que un cristiano light o mediocre. Cuando somos así, en vez de iluminar, lo que hacemos es oscurecer.
Ser cristiano es dejarse iluminar por Jesús y conducir por Él.
Por otro lado, la sal se mezcla con la comida para darle sabor. No tengamos miedo a meternos de lleno en nuestra sociedad secularizada y pagana. Al revés, salgamos de nuestra seguridad y nuestro caparazón, donde estamos bien seguros. No tengamos miedo a la intemperie y a mezclarnos.
Si de verdad somos sal pura bañada por el mar (Señor), daremos sabor y gusto a la sociedad.
Como conclusión, el Señor nos invita a dejarnos iluminar por Él, para entonces poder ser la sal y la luz, que el mundo necesita para iluminarlo y darle sabor (sentido).
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