jueves, 12 de junio de 2014

Jesucristo, sumo y eterno sacerdote

Lc 22,14-20: Esto es mi cuerpo. Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre.

Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo:

- He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios.

Y tomando una copa, dio gracias y dijo:

- Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios.

Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

- Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.

Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo:

- Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.

Reflexión 

En esta fiesta miramos a Jesús, es el único sacerdote y sacerdote para siempre. Sin embargo, nosotros somos sacerdotes por participación en Él.
Su sacerdocio consiste en una entrega constante en la voluntad del Padre. Esta entrega es tan genuina y auténtica, que de una vez para siempre se realizó.
Esta entrega no sólo se dio en la cruz, ahí se consumó. Comenzó en la encarnación. Vino cumpliendo la voluntad del Padre y para cumplirla.
Él, por tanto, ofrece el sacrificio perfecto (toda su vida y corazón). El nuestro nunca es perfecto, siempre nos reservamos algo para nosotros. Sin embargo, si nos ofrecemos juntamente con Él (por eso es el camino, verdad y vida) en la Eucaristía, así lograremos agradar a Dios.
Y así debe ser nuestra vida, una ofrenda permanente a Dios por medio del Hijo, con la fuerza del Espíritu.

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