jueves, 29 de marzo de 2018

HOMILÍA DEL JUEVES SANTO


Hoy es un día grande, emocionante. Un día de perdón y reconciliación. Un día de reconocimiento. Reconocer nuestros pecados. Reconocer nuestra participación en la maldad del hombre. Hay gente que se cree buena. Sobra aquí. Aquí estamos los malos que queremos dejar de serlo.
Siempre me impresionan las palabras de Jesús. He deseado ardientemente celebrar la Pascua con vosotros. Ante el mal del mundo, Jesús da un golpe en la mesa para acabar con él. Al mal sólo se le vence con el amor.  
Vemos el ambiente de la cena: enrarecido. Es una fiesta, pero por detrás se maquina un asesinato. A pesar de todo lo que ha hecho Jesús por ellos, por la gente. Y es que al mal
no le importa el bien que hayas hecho y le hayas hecho.
Jesús vence al mal con el bien. La Iglesia nos presenta hoy tres temas para vencer al mal los cristianos.
1) La Eucaristía. (audiencia del 21 de marzo) ¡Hay un encuentro con Jesús! Nutrirse de la eucaristía significa dejarse mutar en lo que recibimos. Nos ayuda san Agustín a comprenderlo, cuando habla de la luz recibida al escuchar decir de Cristo: «Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Y tú no me transformarás en ti como al manjar de tu carne, sino tú te transformarás en mí» (Confesiones VII, 10, 16: pl 32, 742). Cada vez que nosotros hacemos la comunión, nos parecemos más a Jesús, nos transformamos más en Jesús. Como el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre del Señor, así cuantos le reciben con fe son transformados en eucaristía viviente. Al sacerdote que, distribuyendo la eucaristía, te dice: «El Cuerpo de Cristo», tú respondes: «Amén», o sea reconoces la gracia y el compromiso que conlleva convertirse en Cuerpo de Cristo. Porque cuando tú recibes la eucaristía te conviertes en cuerpo de Cristo. Es bonito, esto; es muy bonito. Mientras nos une a Cristo, arrancándonos de nuestros egoísmos, la comunión nos abre y une a todos aquellos que son una sola cosa en Él. Este es el prodigio de la comunión: ¡nos convertimos en lo que recibimos!
La eucaristía nos hace fuertes para dar frutos de buenas obras para vivir como cristianos. Exhorto a la comunión frecuente, haciendo presente el misterio de amor que se encierra en el Sacramento, para que la unidad con Cristo y con su Iglesia se manifieste en nuestro actuar cotidiano y testimonie nuestra vida nueva en Cristo. 
La Eucaristía vence al mal porque nos da a Jesús.
Es momento para plantearte cuanto vienes a misa y cuanto haces que no comulgas.
2) El sacerdocio al servicio de la Eucaristía y de los hombres. Al servicio del bien.
El lunes santo veíamos que el perfume de María impregnó toda la casa con el perfume.
Para mí, el Papa Francisco es eso. Todo lo que habla, saluda, etc, impregna de Dios a todo. 
El sacerdocio debe ser eso. Impregnar todo de Dios. Y cuanto tienen que pedir por este pobre cura, que un año más, emocionado reconoce su debilidad y su indignidad. Y pide perdón. No sólo a Dios, sino a ustedes. Y es verdad, que Dios confía en mí. Pero también es verdad que no estoy a la altura. Es tan grande el peso en mis espaldas, que no hay persona que lo resista. Sin embargo, es Él, tantas veces que me lleva en sus brazos.
El sacerdocio está al servicio de la Eucaristía, no sólo por ser él el que la celebra, sino por ser él el que la encarna. Encarnar la Eucaristía es vivir entregado a todos, en todo momento. El sacerdocio es el servicio profesional, al servicio del bien, al servicio del amor, al servicio de los hombres. Sacerdocio ministerial, y sacerdocio real (el de todos los fieles).
El sacerdocio vence al mal, porque realiza el bien.
3) Amor fraterno. Es el día de la caridad. Es un día para replantearte tantas cosas. En un libro del Papa Francisco sobre el Padrenuestro dice lo siguiente. Padre nuestro, porque yo no soy hijo único y si no puedo ser hermano, difícilmente podré ser hijo de este Padre. No se puede rezar teniendo enemigos en el corazón. Y sé que no es fácil, y muchas veces puedo rezar esta oración, casi sustituyendo la palabra "nuestro" por mío.
Por otro lado, saber que el Padre es nuestro, quizás nos haga sentirnos un poco menos solos, tanto en los momentos difíciles como en los momentos de despreocupación.
Decíamos en el salmo: "el cáliz de la bendición es la comunión con la sangre de Cristo."
No quisiera detenerme en los aspectos negativos, ya que mañana hablaremos de ello. sino en los positivos.
Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos. Si pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan liberador, tan esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien. Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos. EG87
El jueves santo nos hermana para siempre. No una relación falsa, hipócrita o externa, sino interna. Tenemos una relación sacramental entre nosotros. La fraternidad es condición de posibilidad para el perdón (padre nuestro) y para ofrecer la ofrenda en el altar. Hablamos de la comunión de los santos, en la cual estamos unidos todos desde nuestro bautismo. Y la Eucaristía nos re-úne.
Por eso, nuestra marca, es ésta. Es un día para darle gracias a Dios por los hermanos. Y para replantearme cuanto lejos o cerca estoy de ellos. Es un día para pensar en los cercanos y en los lejanos.
El amor fraterno vence al mal, porque se deja llevar por el amor. Porque no deja que el mal anide en su corazón.
Si quieres la paz, rechaza la violencia. Si quieres la paz, defiende la justicia. Manos Unidas 
Si quieres la paz, ama hasta que duela, si duele es buena señal (Teresa de Calcuta)
Si quieres la paz, entrégate hasta desfallecer.

Rezando voy, sobre José: "No lo entiendo. ¿Qué hecho mal, Señor? ¿Por qué mis hermanos me dan la espalda? ¿Por qué me han vendido, alejándome de todo lo que amo? Yo sólo he compartido con ellos mis sueños, el amor por mi padre, la esperanza en el mundo. Yo sólo he querido vivir, celebrar, y agradecer las cosas buenas. Y sin embargo, no me daba cuenta de que ellos no me querían. ¿Qué puedo hacer ahora? No quiero odiarlos. Por veinte monedas me han vendido. Sus celos les han vuelto ciegos. Me duele su abandono. Me duele su odio. Me duele este mundo hostil, donde los hermanos venden al hermano. Pero me niego a responder a su mal con rencor, a su traición con despecho, o a su ofensa con venganza. Si alguna vez tengo ocasión de volver a verlos, sólo querré seguir compartiendo mis sueños. Hasta que consigan ver lo que yo veo. Tu sueño, Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario