sábado, 20 de abril de 2019

HOMILÍA DEL VIERNES SANTO

Es curioso, que cuando pequeño, siempre el Viernes Santo al mediodía se nublaba y se quedaba el cielo encapotado, que se oscurecía el día totalmente, y no es para menos.
Jesús muere. Muere fruto de la maldad del hombre. Hoy tocamos la “fuerza destructiva del pecado”.
El pecado es una rebelión, una obstinación que consiste en dar a las inclinaciones perversas de nuestro corazón en pequeñas idolatrías de cada día como la codicia, la envidia, el odio y especialmente la calumnia, que es como una guerra del corazón destruyendo al otro.
El pecado arruina el corazón, la vida y el alma al debilitarlo y enfermarlo.
El pecado siempre está en relación con Dios.
El pecado es el fracaso del hombre. 
Ante el pecado no hay que deprimirse, sino tener vergüenza
“No es un mancha para quitarte. Si fuera una mancha, bastaría ir a la tintorería y que la quitaran… No. El pecado es una relación de rebelión contra el Señor.
Carga con nuestros pecados… cuando oigo siempre eso, me imagino que Jesús, carga con una saca de pecados…como cuando le comentas un secreto a alguien y le haces cargar con ese problema.
No. Así no es. Es mucho más profundo y real. Jesús carga con nuestros pecados sufriendo sus consecuencias.
Cristo sufre el pecado de idolatría
Cristo sufre el pecado de soberbia al rasgarse las vestiduras el sumo sacerdote y dictar la condena a muerte.
Cristo sufre el pecado de la mentira y la calumnia al presentar testigos falsos.
Cristo sufre el pecado de la envidia por parte de las autoridades judías.
Cristo sufre el pecado de la lujuria al ser despojado de sus vestiduras frente a una multitud.
Cristo sufre el pecado del desprecio y la insensibilidad al ser abofeteado, escupido, insultado.
Cristo sufre el pecado de la violencia al ser flagelado, crucificado.
Cristo sufre el pecado de la doble cara al ser condenado por el pueblo que lo aclamaba.
Cristo sufre el pecado de la mediocridad al ser abandonado por los suyos.
Cristo sufre el pecado de la traición al ser entregado por Judas.
Cristo sufre el pecado de la cobardía al ser negado por Pedro.
SIN EMBARGO, en el fracaso de la ambición humana, en el fracaso de Cristo, hay una luz.
En medio de las tinieblas, surge una luz.
En medio de la maldad, surge un corazón puro, surge alguien que perdona, que excusa a los que lo condenan y ejecutan.
En medio de la desolación, hay alguien que no piensa en sí sino en los demás y nos entrega su Madre.
Tanto brilló esa luz, que el centurión romano reconoció: “realmente este hombre era Hijo de Dios”.
Es el triunfo de la Cruz, de Jesús, del Amor, de Dios.
El pecado solo puede ser vencido con su amor, con su cruz, con su entrega.
Ahí está la gratuidad de su amor. Y esto es incomprensible. No lo entendemos. Porque, como dije hace unos días, su gratuidad siempre es mayor que la nuestra.
Jesús se entregó todo, y su todo es mayor que el nuestro.
O todo o nada.
Decíamos la fuerza destructiva del pecado, y sin embargo, la fuerza regenerativa del perdón y el arrepentimiento.

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