domingo, 2 de octubre de 2022

HOMILÍA EN EL SEGUNDO DÍA DEL TRIDUO A SAN FRANCISCO DE ASÍS. DOMINGO 2 DE OCTUBRE DE 2022

Aunque no soy un buen predicador, dado que Óscar, in extremis, me hizo el favor el año pasado al no venir el obispo para San Miguel, por eso he aceptado la invitación a dirigirles unas palabras en esta tarde.


Y también, siempre es un gusto poder venir a la parroquia que me vio nacer, crecer, responder al Señor, y…que nos sostienen con la oración. Y…también vergüenza. 


Me pide Óscar, que al hilo de las lecturas, les hable de la humildad. ¡No pide poco!.

De la humildad es difícil hablar, porque es ¡tantas cosas!…

Y mucho más vivirlo: hay una canción de Martín Valverde (como duele ser humilde). 


La definición más conocida es la de Santa Teresa: “andar en la verdad”.

También podemos decir que la humildad es la llave del cielo

La humildad es el camino del evangelio, pero también,

La humildad es la melodía del evangelio,

La humildad es el espíritu del evangelio,

La humildad es la virtud de Jesús,

La humildad es la ciencia de los santos.


Si miramos las lecturas de este fin de semana, podríamos entresacar varias alusiones.


Por ejemplo, en la primera lectura: “el altanero no triunfará”. La humildad es uno de los antónimos de la altanería.


Si seguimos mirando la segunda lectura, ya parece menos directo, pero podríamos contemplarlo, porque hay varias alusiones a Dios, al don de Dios, y no tanto a la persona. El humilde es que reaviva el don, el don que Dios le ha dado y busca testimoniarlo, porque ha sido un regalo. El humilde es el que toma parte en los padecimientos del evangelio, es decir, el humilde es el que se humilla y hace de ésta un don, y no se arredra ante los sufrimientos. 

El humilde es que tiene por modelo la Palabra de Dios, y no a sí mismo, sus ideas, etc.

Y también el humilde es el que vela por el precioso depósito con ayuda del Espíritu Santo. Es decir, custodia el depósito de la fe, que no es suya, y dejándose llevar por el Espíritu Santo.


Si miramos el evangelio, comienzan los discípulos pidiendo a Jesús que les aumente la fe. Y es que la fe y la humildad van unidas. Y responde Jesús: si tuviérais fe como un granito de mostaza. Es decir, si tuvierais poquita fe…seríais capaces de mucho. La fe siempre tiene que ser pequeña, porque la fe es entrar en los dominios de Dios. La fe no es una capacidad nuestra, sino dejarse en manos de Dios. Y esto es humildad.

Y al término de éste se habla del servicio de los esclavos, a los cuales no hay que agradecer. Es decir, Jesús pone como contrapunto de la fe, el servicio humilde de los esclavos. Por ello, la fe requiere de una mucha humildad.


En este proceso de entrar en los dominios de Dios, vamos poco a poco aprendiendo a ir soltando amarras, a dejarnos llevar por el Señor. Hasta llegar a la humillación fundamental que es llegar a: saber qué todo lo recibimos, que nada es nuestro, que podemos hacer muy poco por nosotros mismos y por los demás; más aún que en realidad no podemos hacer nada frente a Dios, que todo es don suyo. 


San Ignacio nos propone 3 niveles de humildad. 


El primer tipo de humildad es necesario para la salvación eterna. Consiste en humillarse para obedecer en todo la ley de Dios. 


El segundo es más perfecta que el primero, porque hay indiferencia en el deseo. Ni honra, ni deshonra…no me decanto. La indiferencia ignaciana. 


El tercer tipo de humildad es la humildad más perfecta. Escojo la pobreza con Cristo pobre en lugar de la riqueza, el oprobio con Cristo cubierto de oprobios en lugar de honores; y deseo más ser tomado por insensato y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por “sabio y prudente” en este mundo (Mt 11,25). El magis ignaciano. “Lo que más”…


San Francisco de Asís destaca por su humildad.

  1. Lo dejó todo (familia, amigos, reputación, casa, diversiones), hasta su vestimenta. Sólo quiere depender y llamar como Padre a Dios. 
  2. Elige la pobreza y elige servirlos.
  3. Besa a la pobreza, lepra.
  4. No tiene miedo de contaminarse. 
  5. Peregrino, mendicante.
  6. Perfecta alegría: tocó y no lo reconocieron.
  7. Cuando fueron a ver el Papa. Durmieron con los cerdos.


San Francisco, para muchos, el más parecido a Jesús. En tal caso, es un ejemplo rotundo de humildad.  La humildad es la virtud en la que más nos asemejamos a Jesús, siendo de condición divina, se despojó de su rango y se hizo hombre. Él mismo se nos presenta como “manso y humilde de corazón” y nos invita a que aprendamos de Él. Por ello, la mejor escuela de la humildad es contemplar a Jesús en sus palabras, acciones, obras, miradas , etc. 


Y si miramos a la Virgen María, la esclava del Señor, tenemos otro modelo que brilla con una luz muy potente. 


Por ello, la humildad es esencial en nuestra vida de cristiano, pedirla, e intentar vivirla. Los personajes más importantes la han vivido en grado sumo. No hay nadie que diga, con el evangelio en la mano, que no haya que entrar en esta senda tortuosa. No hay otro camino: “quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo…”


A todos nos cuesta y nos duele: ninguneados, apartados, etc. Pero nuestra paga no es el otro, al que sirvo, sino Jesús que da generosamente. 


Para ir creando un clima que nos ayude a vivirlo día a día, podrían servirnos de utilidad que podamos recitar meditativamente las letanías de la humildad de Merry del Val.


Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón parecido al tuyo.


(Después de cada frase decir: Líbrame, Señor)

Del deseo de ser reconocido,

del deseo de ser estimado,

del deseo de ser amado,

del deseo de ser ensalzado,

del deseo de ser alabado,

del deseo de ser preferido,

del deseo de ser consultado,

del deseo de ser aprobado,

del deseo de quedar bien,

del deseo de recibir honores,

del temor a ser criticado,

del temor a ser juzgado,

del temor a ser atacado,

del temor a ser humillado,

del temor a ser despreciado,

del temor a ser señalado,

del temor de perder la fama,

del temor a ser reprendido,

del temor a ser calumniado,

del temor a ser olvidado,

del temor a ser ridiculizado,

del temor de la injusticia,

del temor a ser sospechado,


(Antes de cada frase decir: Concédeme, Señor, el deseo de…)

que otros sean más amados que yo,

que otros sean más estimados que yo,

que otros crezcan susciten mejor opinión de la gente y yo disminuya,

que otros sean alabados y de mí no se haga caso,

que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil,

que otros sean preferidos a mí en todo,

que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda.


 

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