martes, 11 de abril de 2017

HOMILÍA DEL DOMINGO DE RAMOS

Comenzamos la Cuaresma con ceniza que se hace de los palmos que hoy portamos. Es una ceniza sagrada, bendecida, un polvo enamorado, como diría el Papa en el Miércoles de Ceniza pasado. 
Y yo les hablaba de la obsolencia programada y decíamos que es saber de nuestra fragilidad y por tanto, estar siempre en camino de conversión.
En las lecturas de hoy contemplamos por un lado, un pueblo que admira a Jesús y lo aclama. Pueblo que luego lo traicionará, lo condenará.
Signos contrapuestos. Actitudes contrapuestas, incluso podemos decir, ambiguas. Así es nuestra vida: entre el seguirte y el huir de ti; entre el aclamarte y el condenarte.
Así nos damos cuenta de nuestra fragilidad. Somos frágiles, cambiantes, limitados, pobres, barro, polvo.
El Papa nos dijo en ceniza que nuestro barro, por la fuerza del Espíritu, se convierta en barro enamorado. 
Solo el espíritu es capaz de hacerlo, que recibimos en la pascua y en Pentecostés. Recibido en nuestro bautismo y completado en la Confirmación.
Sin él nuestro barro se puede convertir en un barro admirado. Muchas veces se confunde el enamoramiento con la admiración. Enamorado es cuando hay un amor de entrega, oblativo, porque me he sentido amado profundamente en lo más íntimo de mi.
La Semana Santa es para que nuestro barro se convierta, por la fuerza del Espíritu en barro enamorado.
Recuerdan sus palabras al verso de Francisco de Quevedo: "polvo seré más polvo enamorado".


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