lunes, 21 de marzo de 2016

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL 21 DE MARZO

Jn 12,1-11: Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura.
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.

María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.

Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:

- «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?»

Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando. Jesús dijo:

- «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis.»

Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.

Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Reflexión

Una jornada de contrastes. Comienza el evangelista situando la escena con el punto focal en la Pascua tanto en la fecha de la cena (6 días antes) como el lugar (la casa de Lázaro, a quien había resucitado).
Por otro lado, también es María la que unge a Jesús, transmitiendo un signo de muerte, sin embargo, la fragancia llena toda la casa. 
No sé si será mucho forzar el texto al decir que la muerte de Jesús cambia las tornas, porque llena la casa (la vida) de una fragancia nueva que lo impregna todo y lo llena de suave y agradable olor. Ese olor está preñado de la nueva vida que nos da a partir de su y nuestra muerte.

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