miércoles, 31 de agosto de 2016

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL 31 DE AGOSTO

Lc 4,38-44: También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado.
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón.
La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella.
El, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando.
De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban:
-Tú eres el Hijo de Dios.
Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió a un lugar solitario.
La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.
Pero él les dijo:
-También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.
Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Reflexión
El texto nos narra dos lugares geográficos distantes: la casa de Simón (en Galilea-Cafarnaúm, al norte) y las sinagogas de Judea al sur.
La misión de Jesús avanza y él se manifiesta libre y al mismo tiempo comprometido con las personas. Por ello, no se acomoda en un sitio, sino que va a otros pueblos a anunciarles el Reino de Dios. 
Él tiene conciencia de su misión universal, tiene conciencia de "salir" y no quedarse en casa. 
En esta etapa de la Iglesia, que tengamos conciencia de salir y no quedarnos siempre en casa.

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