jueves, 16 de febrero de 2023

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL 17 DE FEBRERO DE 2023

   Mc 8,34-9,1: El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.


En aquel tiempo, llamando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dijo:

«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».

Y añadió:

«En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».


Perder la vida, ganar la vida. Cuando oímos esta palabra seguramente tendremos en mente otro contenido que cuando nos lo está diciendo Jesús.


Hoy en día, ganar la vida es triunfar, ser querido, tener buena casa, buen coche, dinero, buenos hijos. Totalmente opuesto a Jesús. Démonos cuenta que Jesús en ese contexto perdió la vida. La inversión de valores…o la nuestra.


Perder la vida es renunciar a sí mismo, renunciar a sus valores, renunciar a sus horarios, renunciar a los propios gustos, salir de la zona de confort. Lo hacemos no por mortificarnos, sino por seguirle a Él, como vemos que hicieron los apóstoles. 


Ahí está la clave, es renunciar a ciertas cosas, opciones, caminos, gustos, por Él y el evangelio (que sea buena noticia para el resto).


Es que la vida no nos pertenece, dado que no nos damos la vida. La vida la vivimos, la administramos. Y vivir en el evangelio es servir, entregarse, darse, amar. 






De la Verbum Domini nº 27“Los Padres sinodales han declarado que el objetivo fundamental de la XII Asamblea era «renovar la fe de la Iglesia en la Palabra de Dios»; por eso es necesario mirar allí donde la reciprocidad entre Palabra de Dios y fe se ha cumplido plenamente, o sea, en María Virgen, «que con su sí a la Palabra de la Alianza y a su misión, cumple perfectamente la vocación divina de la humanidad”  […] “Virgen a la escucha, vive en plena sintonía con la Palabra divina; conserva en su corazón los acontecimientos de su Hijo, componiéndolos como en un único mosaico (cf. Lc 2,19.51).[…] “Ella es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida.” […] 

De la Verbum Domini nº 28 “ella se identifica con la Palabra, entra en ella” […] “Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada”


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