viernes, 16 de julio de 2021

HOMILÍA EN LA FIESTA DE LOS MÁRTIRES DE TAZACORTE. 15 DE JULIO DE 2021

 Con mucha alegría, venimos a rendirles el culto que la Iglesia les remite a estos 40 mártires que murieron en aguas cercanas a nosotros, como dice la inscripción en la puerta, “a vista del puerto”. Venimos a rememorar la Eucaristía que celebraron “en este lugar” (como dicen los misales en Tierra Santa, que emoción), el 13 de Julio de 1570. Eucaristía que es memorial (como ésta) de la que celebró Jesús en el Cenáculo, su última noche.


Como este año no hay procesión y no podremos repartir las distintas frases que pronunció el Beato Ignacio de Acevedo. He pensado comentarlas y versar mi homilía sobre ellas. Espero que les ayude. Frases que están en el canal parroquial de Telegram y en el blog parroquial, para que en cualquier momento puedan acudir a ellas.


Es difícil comentar estas expresiones, a cinco siglos de distancia y en una sociedad secularizada, estas frases del beato Ignacio nos suenan a chino mandarín.


Les tenemos devoción a los mártires, pero los vemos como algo alejado. ¡Nosotros no somos capaces de tanta heroicidad! Decimos mártires a unos testigos. Testigos del amor de Dios. Testigos de un amor que los trasciende, envuelve, tanto que la vida pasa a un segundo plano (aquello de San Pablo, todo lo estimo pérdida o basura comparado con el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo). Hay que ponerse en esta perspectiva, y pienso que también a nosotros, personas creyentes, nos cuesta.


1)“Hermanos míos, guardémonos bien de guiarnos aquí por sugestiones de la prudencia humana. Es Dios quien nos ha guiado hasta este día”.


Después de haber celebrado la Eucaristía, deben entregar un cargamento en Santa Cruz de la Palma. Era mejor ir por tierra firme y de hecho D. Melchor de Monteverde les ofreció la forma de ir; todo para evitar el peligro de los piratas que estaban al acecho. Eso sería lo lógico, lo razonable, lo esperable, lo que haríamos todos. Sin embargo, Ignacio de Acevedo, como todos sabemos tuvo una revelación del martirio. Una revelación fulminante, de manera clara y distinta, por lo cual, no tenía duda de lo que Dios le pedía. Y ahora todo se le iluminaba, todo convergía en ese momento. Esa revelación no es una información como ver una noticia, como leer un whatsapp, o coger una llamada. Esa revelación, más que información de un acontecimiento que iba a pasar, era una llamada. Y cuando es tan clara y potente, no se puede rechazar. “Me sedujiste, Señor y me dejé seducir”. El Señor da la gracia cuando da la misión. Se siente totalmente en manos de Dios. Y es una gracia poder vislumbrar de una manera tan clara lo que Dios quiere de uno.  En la mayoría de las veces no es tan fácil. Y se confía, se abandona en la voluntad. En este caso, la prudencia humana es imprudencia vocacional. Porque, en palabras del Beato Ignacio “es Dios quien nos ha guiado hasta este día”. Es Dios y sólo Dios. Cuesta entender como Dios puede pedir eso. Pero hoy, su martirio nos conmueve y alienta nuestra fe. Seguramente a ninguno de nosotros se nos pida un martirio de esta manera, pero si estamos llamados a intensificar nuestra vida de oración y a estar atentos a las señales de Dios.


2)“Los deseos de Dios son superiores a todos los hombres. Su voluntad es que volvamos a tomar la vía del mar. Ella no tardará en conducirnos al puerto de la eterna felicidad”


Los deseos de Dios son superiores a todos los hombres. Nuestros deseos muchas veces se quedan en deseos más bajos, es decir, en satisfacer mis necesidades, y menos en el servicio al otro, al bien común. Pero también la autoridad de Dios es superior y su voluntad a la nuestra. Sin embargo, elegir los deseos de Dios, nos lleva directamente hacia Dios y hacia la eterna felicidad que buscamos.


3)“Ah hermanos, que otras cuevas son las que nosotros buscamos muy diferentes a éstas. Otras más dulces contemplaciones, mis hijos queridos, y otros lugares para alabar a Dios nos esperan.”


El Beato Ignacio era un hombre apostólico, con una actividad intensa (en los meses anteriores, dedicado al cuidado de los enfermos de la peste), pero con una espiritualidad muy profunda y arraigada en Cristo. El martirio no se improvisa. Días antes de partir, los reunió en el Valle del Rosal y les estuvo predicando y aleccionando. Quien gusta de la dulzura de Dios, todo le sabe a poco y sólo se deleita con su contemplación. Y haber descubierto la dulzura de su amor, nos ilumina en la vida para no estar buscando otras cuevas, otros amores, otros deleites. Estaba preparado para la misión. Pidámosle a Dios que nos muestre su gloria. Pero para ello, ponte a tiro, abre tu corazón, sumérgete en la oración con más asiduidad, y lo podrás ver también en el hermano sufriente, como Ignacio lo vio en los enfermos de peste.


4)“Tened valor. Los siervos del Señor no tienen que temer. Si los herejes nos encontraran, más pronto iríamos al cielo. El mayor mal que nos pueden hacer es marcharnos para el cielo. Y todo eso es nada”.


También Jesús nos pide lo mismo: “tened valor”, y lo podemos hacer porque, añade, “yo he vencido el mundo”.

Somos ciudadanos del cielo, muchas veces nos olvidamos de ésto. Somos como unos árboles que tienen su raíz “arriba” y damos fruto aquí “abajo”. Supuestamente el mayor mal que podamos sufrir es la muerte, y ésta no es un problema para el cristiano porque “es con mucho lo mejor”. Por ello, lo que se convierte supuestamente en mal, en realidad es el gran bien. Dice el libro de la Sabiduría, en una lectura que está en el leccionario de difuntos: La vida de los justos está en manos de Dios…la gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, y su partida de entre nosotros como una destrucción, pero ellos están en paz…la gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad…”.


5) Antes de morir dijo: “Muero por la Iglesia Católica y por lo que ella enseña”. Y a los jesuitas que lo rodearon, les dijo: “No tengan miedo, agradezcan esta misericordia del Señor. Yo voy adelante y los esperaré en el cielo”. Y expiró, “con los ojos en la imagen de Nuestra Señora”.


Precisamente el lunes predicaba a Santa María, madre de los acobardados en el Triduo de la Virgen del Carmen y también hablábamos de aquellos que tienen vergüenza de ser cristianos, de aquellos que dudan o se apartan por que la doctrina muchas veces no se ajusta a la mentalidad de la sociedad. Está claro que la Iglesia de hoy y de aquel momento, no se ajusta al plan de Dios, una Iglesia de santos y pecadores. Y aquí vemos a Ignacio, en el lecho de la muerte, muere por la Iglesia, se entrega por la misión de la Iglesia. El martirio es una ofrenda a Dios y a la Iglesia, la ofrenda de su vida. A mí ésto me interroga de una manera fuerte. Yo que soy sacerdote, ¿doy gracias por la Iglesia que es mi madre, que me lo ha dado todo, que da sentido y orientación a mi vida? ¿Hago de mi vida una ofrenda al servicio de Dios y de la Iglesia, que es el servicio de la humanidad?

“La Iglesia nació del sacrificio de Cristo en la cruz, pero continúa creciendo y desarrollándose mediante el amor heroico de que es prueba la muerte de los más generosos de sus hijos”. (Pablo VI en la segunda lectura del oficio de hoy)

Por ello, la Iglesia crece más por mi entrega que por muchas acciones que hacemos, sin la entrega de la vida. Y los mártires han contribuido mejor a la Iglesia con su martirio, que con la misión a la que iban.

Por otro lado la otra frase: “agradezcan esta misericordia del Señor”. Que difícil será explicar esta frase. Entendemos por misericordia el amor de Dios por la miseria, lo pobre, lo humillado, lo miserable. Un amor que levanta, sostiene, restablece, integra. Pero no un amor que pide la muerte. Y ahí entra la paradoja cristiana: el misterio de la Cruz. Es la “oscuridad de la fe”. A la fe le damos siempre la imagen de la luz. Sin embargo, sólo desde la gracia de Dios podremos comprender esta oscuridad. “Caminamos a tientas, como si viésemos lo invisible”, según la bella formulación de la Carta a los Hebreos (Heb 11,7)


6) “Arrodillaos ante el ante el Bendito Cuadro de Santa María la Mayor y suplicadle su perdón”


Y por último, la Virgen. Para el Beato, María no era la última, sino María siempre estaba en su vida. No soltó el cuadro, estaba agarrado de la mano de María. En nuestra vida no soltemos la mano de nuestra Madre, como cuando éramos pequeños, y así ningún mal nos pasará. En este caso, el mal no es la muerte, sino la destrucción, la infidelidad, la lejanía del corazón de Dios. No te olvides, María es la Madre de los Mártires, la fortaleza de los mártires.


Por ello, que esta fiesta nos ayude a fortalecer nuestra relación íntima con Dios y con María. Que nuestra fe vaya creciendo y seamos "testigos creíbles" de su evangelio.

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