jueves, 28 de marzo de 2013

Homilía Jueves Santo

Comenzamos con esta celebración con el Triduo Pascual. Es momento de reposo, de contemplación, de dar tiempo a Dios junto con los demás en nuestra vida; es momento de recuperar y rehacer nuestra humanidad quizá maltrecha por el ajetreo de la vida. Así recuperamos el profundo sentido de nuestra existencia, de todos los valores que la configuran. Así vamos haciendo camino hacia la vida nueva a la que Dios nos llama. Quizá mejor, sólo cuando damos este espacio de tiempo de nuestra vida a Dios, él puede hacernos pasar a nosotros a la vida verdadera que nos quiere dar. Contemplamos unos hechos narrados con una solemnidad y una relevancia tal, que muestra la trascendencia de lo sucedido allí. Me quedé impresionado de una de las frases del papa Francisco en la Eucaristía de inauguración del ministerio petrino, y que quiero traer aquí: “no tengan miedo de la bondad y de la ternura”. Quisiera detenerme hoy en la ternura. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la ternura es la cualidad del que es tierno: afectuoso, cariñoso y amable. Reconozco que me impresionó, porque me hizo caer en la cuenta de mis debilidades y de mi falta de ternura hacia con Dios y hacia con ustedes, por la cual les pido profundamente perdón. La ternura parece ser la actitud de los débiles, de los flojos, los llorones, los facilones. ¿Y si decimos que Dios es pura ternura? Hablar de la ternura de Dios, no sólo es incomprensible, sino que parece casi una herejía. Y sin embargo, dice el salmo 102: «como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles». No es algo que haya que comprender, que haya que razonar. Y éste es uno de los problemas de los cristianos de hoy: todo tiene que ser razonado y discernido solamente con nuestras luces. Es algo que tenemos que contemplar, vivir y experimentar. Y hoy, Jesús, ante el asombro y la incredulidad de los apóstoles, les lava los pies. Pedro le increpa: ¿lavarme los pies tú a mí?. No me lavarás los pies jamás. Sin embargo, Jesús con una paciencia y ternura infinitas con aquél que eligió para que fuera el primero, que no entiende nada, y que luego lo negará le contesta: “Lo que yo hago, no lo comprendes ahora, lo comprenderás más tarde”. Es un gesto para contemplar y para hacer. No tengamos miedo de la ternura. Dios tiene ternura con nosotros. Tengamos ternura con los demás. 1) La ternura es como un movimiento que nos arrastra hacia el otro. Un camino repleto de sensaciones y de sentimientos en los que se entremezclan la benevolencia, la aceptación, la calidez y el abandono, pero también la confianza, el estímulo, y el asombro. 2) La ternura es el nacimiento hacia uno mismo, un nacimiento que nos permite penetrar en el maravilloso vientre de la existencia humana. La ternura posee un brillo propio. 3) La ternura es mi mirada de asombro ante todo cuanto me ofreces, es tu mirada de amor ante todo cuanto te doy. La ternura es una palabra o un silencio que se convierte en ofrenda para el que sabe escucharlo con confianza, son unos ojos que se convierten en mirada. 4) Para nacer, la ternura necesita del silencio. El silencio que se crea cuando escuchamos lo que dice la otra persona o intentamos participar de sus vivencias y sentimientos. La ternura es algo dulce y lleno de confianza, que circula entre dos personas que se reciben mutuamente. 5) La ternura es un camino que nos conduce hacia la multiplicidad y la abundancia espiritual. La ternura siempre va unida a una semilla que está a punto de germinar y se hace mayor, paulatinamente hasta llegar a convertirse en artífice de un encuentro. 6) Un aliado de la ternura será nuestra propia actitud para recibir. Cuanto más dispuestos estemos a recibir, más maduraremos en este arte que consiste en aceptar lo que somos y lo que la otra persona significa para nosotros. Nos corresponde a cada uno el descubrirla bajo la fragilidad o las máscaras de las circunstanciales apariencias humanas. Para seguir este camino, lo único que hay que hacer es abandonar nuestros miedos, dejar atrás los prejuicios y enfrentarnos a todo cuanto pueda depararnos. No tengamos miedo a la ternura, tengamos miedo a la prisa, a la sequedad, a la superficialidad, al egoísmo, a lo inmediato, que ahogan la ternura y nos matan por dentro. Vivamos la ternura, como manifestación de la ternura de Dios. Decía el Papa de su ministerio, “acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños”. Y es que la ternura que no se fije en los más pobres y débiles, se queda en mero sentimentalismo. No es realmente expresión de la ternura, y menos de la de Dios. Me pregunto: ¿Acojo con afecto y ternura a todos los que vivimos en nuestro barrio, especialmente a los más pobres, más débiles y más pequeños?. Y sigue el Papa, “hacerlo con una mirada de ternura y amor, abriendo un resquicio de luz en medio de tantas nueves y llevando el calor de la esperanza”. Y fíjate lo que digo, el que no vive la ternura, es que está bien lejos de Dios. Estamos en Jueves Santo, día del amor fraterno, DÍA DE LA TERNURA. Contemplemos con profundidad el gesto de Jesús y vivamos esa ternura de Dios entre nosotros.

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