lunes, 29 de enero de 2024

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL 30 DE ENERO DE 2024

 Mc 5,21-41: Contigo hablo, niña, levántate.

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar. 

Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: 

«Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». 

Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: 

«Con solo tocarle el manto curaré». 

Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: 

«¿Quién me ha tocado el manto?». 

Los discípulos le contestaban: 

«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"». 

Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. 

Él le dice: 

«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: 

«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». 

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: 

«No temas; basta que tengas fe». 

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: 

«¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida». 

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: 

«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). 

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. 

Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.


Reflexión


Vemos un relato doble, con dos historias entrelazadas, dos historias de sufrimiento y de alegría al final.


En primer lugar, tener en cuenta que Jesús era reconocido por la gente como una persona a la que se podía acudir cuando alguien tenía una situación de sufrimiento, de enfermedad, de injusticia, de humillación. Porque veían que acogía a todos, escuchaba a todos, se interesaba por todos, ayudaba a todos.


En este texto, las dos historias nos hablan de impureza: la sangre y la muerte. Sin embargo, Jesús es, siempre y para todos, fuente de vida.

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