jueves, 11 de octubre de 2012

Comentario al evangelio del 11 de octubre

Lc 11,5-13: Pedid y se os dará. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene a medianoche para decirle: «Amigo, préstame tres panes , pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle». Y, desde dentro, el otro le responde: «No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme para dártelos». Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden? Muchas veces nos da la sensación de que el Señor no nos escucha. En la parábola de hoy, podemos descubrir la disposición de Dios a escuchar nuestras súplicas. Y también nos invita a ser luchadores: pedid, llamad, buscad. Tres verbos que nos hablan de necesidad. Podemos tener necesidad de muchas cosas, de cariño, de seguridad, de un techo, de la estima, de honor. ¿Tenemos necesidad de Dios? Perdona que haya hecho esta pregunta que da la sensación que no viene a cuento, pero el texto termina aclarando que es lo que el Señor nos da a los que le pidan: el Espíritu Santo. Ese es el gran don de Dios y nuestra gran necesidad y petición. Es el mismo espíritu que creó el universo, el mismo espíritu que guió a Jesús y a tantos santos. Es nuestra luz, fortaleza, guía, ánimo... En definitiva, es el AMOR del Padre y del Hijo. Término con la secuencia del Espíritu Santo, para que lo pidamos. Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

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