No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío [...] porque eres precioso ante mí, de gran precio, y yo te amo." Is 43, 1b.4a
jueves, 25 de octubre de 2012
Comentario al evangelio del 25 de octubre
Lc 12,49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–He venido a prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Después lo acontecido en el verano pasado en nuestra tierra, nos rechina un poco los oídos oir a Jesús que quiere prender fuego en la tierra. El fuego no es solamente el agente causante de la devastación y no siempre es asociado al castigo (fuego del infierno). También, el fuego hace referencia a la purificación y a la iluminación. También hace referencia al Espíritu Santo.
Creo que ahora podemos entender lo que Jesús nos quiere decir. Ha venido a purificar los corazones y a iluminarnos con su vida, con sus palabras, con su evangelio.
También ese fuego le atañe a Él, porque esa prueba y bautismo que nos habla, se refiere a su muerte, el mayor signo de la revelación del amor de Dios.
Dejémonos quemar por el fuego purificador del Espíritu Santo, para que nos ilumine. No tengamos miedo de los que efectos que producirá en nosotros...En el texto continúa hablando de la división. Esa división se refiere a la opción de vida a favor o en contra del Señor. Jesús no deja a nadie indiferente (y si lo deja, es que no ha sido conocido). Es un signo de contradicción, "bandera discutida", que decía el anciano Simeón. El evangelio nos espolea a una elección de vida. Muchas veces, vivimos un cristianismo cómodo, por el cual podemos combinar los diversos elementos de la cultura, algunas veces contradictorios (como se suele decir, una vela a Dios y otra al diablo). El fuego purificador del Espíritu Santo, nos espabila a no llevar una vida cómoda, sino una vida de testigo del Señor.
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