martes, 4 de septiembre de 2012

Breve comentario al Evangelio del 4 de septiembre

Lc 4,31-37: Sé quién eres; el Santo de Dios. En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: -¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: El Santo de Dios. Jesús le intimó: -¡Cierra la boca y sal! El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: -¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen. Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca. Perdóname que hoy también me fije en una frase: "hablaba con autoridad [...] hasta los espíritus inmundos le hacen caso". En continuidad con lo de ayer, pensaba en la autoridad de sus palabras. Hoy en día, hay palabras, o personas que tienen autoridad para nosotros. Tienen validez, credibilidad y son referencia en nuestra vida. Mirando mi vida, muchas veces, hago más caso y creo más en la palabras de otro, que en las palabras del Maestro. Al comienzo del verano, colgaba en mi muro de Facebook, algunas frases de la exhortación postsinodal VERBUM DOMINI. Muchas de ellas, como todo lo que escribe el Papa, no tiene desperdicio. Estoy convencido que el futuro de la Iglesia pasa por darle a la Palabra la autoridad que de verdad tiene. Quizá, todavía tengo que descubrir su Palabra, orar más su Palabra, creer más en su Palabra.

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